Un aparcamiento subterráneo, un cubículo bañado por una bombilla parpadeante. El aire apesta a aceite y sudor. El hombre activo, un soldado negro cortado como un coloso, está encaramado a una escalera de mano de metal oxidado, con las piernas abiertas. Su enrejado está entreabierto, revelando su monstruo: una polla sobredimensionada, gruesa como una lata, veteada, negra brillante, 25 cm de potencia bruta. El glande, grande y liso, reluce, sus enormes bolas cuelgan pesadamente, listas para explotar. La "Artillería", como la llaman los iniciados.
El chupapollas atraviesa la puerta oxidada, con los labios húmedos temblorosos, y se arrodilla sobre el cemento aceitoso, frente a la escalera de mano. Sus manos agarran el miembro, demasiado grande para un solo agarre. Lame las venas abultadas, excita el glande, saborea una gota salada. Luego ataca, con los labios entreabiertos, engullendo la punta. Su garganta protesta, pero él se obliga a tragar más.
Está disfrutando de verdad. Cada succión le arranca un gruñido ronco, sus abdominales se contraen bajo el placer. "Eres jodidamente bueno", gruñe, con la voz temblorosa por el éxtasis. La boca de Chupapollas es una vaina ardiente, su lengua baila sobre las venas, alternando gargantas profundas y remolinos alrededor del glande. Chupapollas babea, con los ojos llorosos pero desafiantes, la saliva gotea sobre el suelo mugriento. Acelera, sus manos amasan las pesadas bolas, sintiendo su calor palpitante. El activo, en trance, agarra la nuca de Chupapollas, follándole la boca a pequeños golpes. La escalera chirría, el cubículo resuena con ruidos húmedos.
La tensión aumenta. El hombre activo jadea, con los músculos vendados. "Voy a correrme", gruñe. El chupapollas redobla sus esfuerzos, su garganta traga hasta el fondo. La artillería explota: un chorro espeso y ardiente le cae a chorros en la parte posterior de la boca, luego otro, derramándose sobre sus labios. El chupapollas traga lo que puede, el semen le gotea por la barbilla y salpica el cemento. El hombre activo, sin aliento, saborea el espectáculo, su placer multiplicado por diez por la actuación del profesional.